40 años, caminando a tu lado.
DISCLOSURE

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Sociedad

MI RESCATE, MEMORIAS DEL SISMO DEL 70

Ingeniero Ambiental – Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo. Experiencia en tratamiento de aguas residuales.

Era un día soleado, típico de la ciudad de Huaraz. Yo era un mocito de ocho años, muy inquieto y sagaz. Ese domingo 31 de mayo, fuimos a almorzar a la casa de mi tío Pedro. Estaba muy contento, con mis primos Mónica y Aldito; jugamos e hicimos planes sobre el papel que harían en la actuación de su Colegio Santa Elena, ubicado en ese tiempo en la plaza de armas de Huaraz, en una construcción de dos pisos. Era un colegio de mucho prestigio, tanto que los que allí estudiaban se sentían muy orgullosos. 

Habíamos terminado de almorzar; apurados y mirando el reloj nos condujeron al colegio; a mis primos los llevaron con sus profesoras para que los preparen para la actuación y a mí me dejaron sentado delante del estrado. El sol estaba radiante y hacía bastante calor; yo tenía puesta la chompa que por si acaso llevé por si sintiera frío en la tarde.  

El patio central del colegio Santa Elena era cuadrado; también los techos hacia el patio formaban un cuadrado que dejaba ver el cielo azul y el sol. Aquel día el patio estaba lleno de gente que esperaba espectar la actuación. Había personas también en los corredores del segundo piso. Además de los alumnos y alumnas, habían concurrido muchos padres y madres de familia, incluso otros familiares y amigos. En ese momento todo empezó a moverse, miré hacia arriba y el cuadrado que se dibujaba en el cielo por los dos pisos de la estructura del colegio, veía que se juntaban y se separaban; estaba muy asustado; la gente empezó a caminar hacia el portón de salida, pero allí se paró el Sr. Sotomayor, fotógrafo de Huaraz, diciendo: no se muevan… no va a pasar nada…, pero empujado por la gente yo también empecé a caminar y de repente sentí como un fuerte empujón y todo se apagó, se oscureció.

No sé cuánto tiempo pasó; de pronto sentí que algo duro me cayó en la cabeza, creo que era un pedazo de adobe; escuchaba voces, estaban haciendo un hueco por una esquina para poder sacarme;  en eso sentí una manos que me jalaban con fuerza, pero no podía salir, mis piernas estaban enterradas en tierra; aflojé mis pies y logré quitarme los zapatos y al fin me pudieron sacar. Era el Hermano Pio de la congregación de los Jesuitas de los Pinos. Cuando salí levanté la mirada. Todo estaba destruido y el colegio ya no existía. Bajé por los escombros y al otro lado de la calle encontré a mi mamá. Mi tío Pedro sólo encontró a Aldito.

Esa noche la pasamos en el carro del señor Ángeles porque nuestra casa también se había derrumbado; toda la noche se sentían los movimientos sísmicos. Como perdí los zapatos cuando fui rescatado, doblaba papel periódico y lo ponía dentro de mis medias para poder caminar.

Fuente: El Comercio.
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SIEMPRE HAY CAMINOS, TESTIMONIO DEL SISMO DEL 70

Macedonio Villafán Broncano

Lic. en Educación. Escritor

Docente – Facultad de Ciencias Sociales, Educación y Comunicación (Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo), Magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana (Universidad Nacional Mayor de San Marcos), Doctorado en Literatura (Universidad Nacional Mayor de San Marcos).

El recuerdo me lleva a los episodios que me tocaron vivir desde el día del terremoto en Trujillo hasta llegar a mi pueblo, Taricá, en Huaraz, tres días después; a un recorrido jamás imaginado en que se agolparon toda clase de emociones y experiencias imborrables que afirmaron las líneas principales de mi vida.

Poco antes del sismo me encontraba en espera de momentos emocionantes para los que me había preparado con la debida anticipación. La cita era a partir de las tres de la tarde de ese domingo 31 de mayo. Para ello había adelantado mi viaje de Huaraz a Trujillo poco antes del inicio de clases. En Huaraz y peor en mi pueblo no podría haber experimentado esas emociones. Tenía que ver con la televisión que aún no había llegado a Huaraz. Con tres amigos de la Universidad Nacional de Trujillo, con los que compartíamos unos cuartuchos de estudiantes en la avenida España, cerca de Mansiche, nos fuimos a desayunar al comedor universitario y luego nos quedamos en el piso alto bien acomodados en unos sillones viejos y en primera fila frente al televisor. A las doce bajamos por turnos a almorzar para no perder los asientos porque la sala grande que llamábamos pomposamente el “casino universitario” empezó a llenarse desde las once de la mañana. A la una estaba totalmente atestado con los estudiantes, la mayoría de pie. Al fin se aproximaban los minutos para la hora esperada y ya llegaban las imágenes anunciando la gran inauguración del Mundial de Fútbol México 70. Éramos jóvenes, éramos futbolistas, éramos hinchas.

Entonces comenzó a temblar la tierra, por los ruidos parecía que se desataban y quebraban los fierros de las columnas y las bóvedas; la mayoría salió despavorida por las escaleras; los dueños del viejo sillón permanecimos todavía sentados, no sea que nos quitaran nuestro lugar privilegiado; se cortó la luz y la pantalla del televisor se volvió un cadáver gris. Entonces salimos por las escaleras y nos paramos en medio de la calle. Estábamos en un barco que el mar torcía a voluntad inclinándola de un lado a otro. Algunas casonas de adobe explotaron por dentro y por fuera arrojando nubes de polvo.

Cuando terminó el sismo nos apresuramos a nuestros cuartos, temiendo que se hubieran venido al piso porque eran de adobe y techo de quincha enlucida de yeso. Los fragmentos desconchados cubrían nuestras camas. Las novelas del realismo europeo que me encargó el profesor Villaverde para repartir a mi grupo, y que me estaba aprovechando para leerlas todas, se habían caído al piso desde la pequeña repisa que las sostenían. Prendí la radio de pilas, ninguna emisora trujillana funcionaba por la falta de energía. Busqué ansioso alguna emisora de Lima hasta que a eso de las siete de la noche pude sintonizar “Radio Unión”. Daban cuenta de lo fuerte del sismo en Lima e indagaban por el epicentro. Ya no fuimos a cenar al comedor, presumimos que no habría cena porque las cocinas y equipos eran en su mayoría eléctricos. Cada uno se encerró en su cuarto, ellos eran piuranos. I. R., “Inucho”, un huaracino que estudiaba el último año de la universidad, se vino a mi cuarto y se echó en la cama de mi tío que aún seguía en Huaraz. Nos estábamos alumbrando con velas. A eso de las diez de la noche ya informaban que el epicentro había sido cerca de Casma; que las ciudades de la costa de Ancash estaban destruidas, nada reportaban de la sierra ancashina. I. R. estaba dolido del término de una larga relación con su enamorada de Huaraz y me hablaba de eso, yo le escuchaba de modo intermitente concentrado en las noticias.

En las primeras horas de la mañana del lunes 1° de junio comunicaron que el terremoto había causado una gran destrucción en los pueblos de la sierra ancashina. A las siete improvisamos algún desayuno con I. R. y luego me fui a preguntar a mi facultad sobre las clases; estaba en el cuarto año de mi carrera para ser docente de Lengua y Literatura. El portero estaba informando que por orden del rector las clases se suspendían por tres meses en vista de que varios locales de la universidad estaban dañados pues la mayoría eran de adobe. A eso de las nueve dieron más detalles acerca de la destrucción de los pueblos del Callejón de Huaylas y aún más, que un aluvión había sepultado la ciudad de Yungay. De inmediato decidimos viajar a Huaraz, más valía estar en nuestro pueblo, junto con nuestra familia. Nos pusimos nuestras zapatillas de deporte y apresurados llenamos solo chompas y casacas a nuestras mochilas.

A las diez de la mañana ya estábamos en la avenida Moche para salir en algún bus de ruta hacia Pativilca, un puerto en la panamericana de donde partiríamos a Huaraz con cualquier vehículo que pudiera levantarnos. La ruta era muy conocida para mí por los negocios que hacían mis padres hacia Paramonga y Barranca. No encontramos buses, solo autos que la gente competía en tomar. Nos levantó un auto transportador de periódicos, nos marcó la tarifa de Trujillo a Lima y se cobró por adelantado; subieron tres pasajeros más.

Fuente: El Comercio.
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LITERATURA DEL SISMO. APUNTES

Carlos J. Toledo Quiñones (@revistapueblo)

Lic. en Educación

Docente de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo. Maestro de larga trayectoria y apreciado por sus discípulos.   Profundo conocedor del proceso de la literatura ancashina. Importante actor de los procesos sociales y culturales de Ancash.

Antes de la noche

El fin de la década del 60 y el inicio de los 70s están marcados por acontecimientos que se enlazan y nos servirán para dar un panorama de nuestra literatura en Ancash. El 70 marcaba el inicio del despegue del departamento, la industria metalúrgica y la actividad pesquera estaban en su apogeo y nos ponían en la vanguardia del crecimiento económico. Se proyectaba una carretera de integración.

En estas circunstancias apareció Ancash. Una historia regional peruana (enero, 1970) de Félix Álvarez-Brun, que no circuló ni se distribuyó con profusión, pero marca el primer intento de escribir un corpus general histórico del departamento. Obra que estaba destinada a fortalecer la conciencia de los pueblos, con el rigor de la ciencia histórica, e insertarla en el consenso nacional. Álvarez-Brun destaca el esfuerzo de nuestros pobladores en la forja de su cultura como sociedad dinámica en busca de progreso, crecimiento y defensa; el autor explica y desentraña misterios de pueblos que se asentaron en estos territorios, dice que es Chavín, raíz de nuestra nacionalidad.

“Existen constantes muy claras y definidas en el proceso histórico ancashino: la lucha frente a toda dominación extraña a la región, o al país, la protesta y rebelión social ante los abusos del poder y de la fuerza, la defensa de la intangibilidad de la Constitución. Pero acaso lo que señala de manera sobresaliente la figuración y prestancia de Ancash a la hora de la Independencia”. (Álvarez-Brun, 1970)

Félix Álvarez Brun, reconoce a Manuel Reina Loli (1930) y a Augusto Alba Herrera (1922-2019) como investigadores de la historia regional. Estos dos prohombres serán los solitarios historiadores de nuestra zona.

 Para el despegue regional se realiza el Fórum de Desarrollo de Ancash, se impulsa la construcción de la carretera de penetración a la selva, se modernizan las zonas urbanas y se señalan polos de desarrollo. En los últimos años de los 60 el ambiente cultural lo desarrollan jóvenes que marcan la inquietud del momento, aparecen publicaciones de libros y revistas literarias. Abrimos el comentario con “Perfiles del beso a la tierra” (Huaraz, 1968) de Marco Hinojosa Vigo (1949) que aborda el tema amoroso de modo particular a la época, relaciona sentimientos con la naturaleza:

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LA TRAGEDIA DE 1970: LA LECCIÓN QUE DEBEMOS APRENDER

Ayar Gustavo Escobar La Cruz (@guschavin)

Ingeniero agrónomo con especialidad en zootecnia. Ha trabajado como asesor e investigador en entidades privadas, públicas y organismos de cooperación internacional

Dedicado a mi padre el Ing. Julio Escobar Aguirre quien en vida fue un estudioso de los sismos y uno de los fundadores de la Defensa Civil; y a las víctimas del Terremoto de Ancash del 31 de mayo de 1970.

Entre los pliegues de mi memoria infantil, resuenan aun algunas conversaciones de las reuniones familiares en las cuales algunos de mis tíos evocaban al Huaraz tradicional y decían algo orgullosos que en la ciudad uno se podía dar la mano de un balcón a otro y que los bordes de las aceras estaban negros porque los vehículos pasaban ajustadamente y las llantas dejaban su marca. Mi padre que, como ingeniero civil, conocía de la dinámica sísmica de la tierra y había estudiado la vulnerabilidad de la ciudad en este sentido, los reprendía algo adusto, pero cariñoso, advirtiéndoles que, si hubiera un gran sismo, este diseño arquitectónico sería una trampa mortal. Ante ello, no faltaban quienes le decían “no te preocupes, Julito, el Señor de La Soledad no lo va a permitir”. Mi padre les discutía, luego fruncía el ceño y los miraba condescendientemente.

No me tocó estar en Huaraz o Yungay, donde se vivieron los peores momentos de la tragedia, mi solidaridad y respeto hacia quienes allí estuvieron, pero compartiré esa vivencia que también me marcó. Lo recuerdo como si fuera ayer. Tenía 9 años, esa aciaga tarde, en que nuestra familia se encontraba en Carampoma, un distrito de la provincia de Canta al noreste de Lima. Llegamos allí a visitar a un ahijado de mis padres, uno de los muchos que tuvieron ambos durante su vida. Don Hernán Núñez, había sido uno de los albañiles en la construcción de la represa de Sheque, que mi padre dirigió y se encontraba en la parte baja del poblado. Se hicieron amigos y mis padres terminaron apadrinando su matrimonio.

Viajamos en el Volkswagen “Variant” de la familia la tarde del viernes 29 de mayo de 1970 a las 2 pm., llegando a Carampoma aproximadamente a las 7 p.m., donde fuimos cálidamente recibidos por el ahijado, su esposa, su padre, su madre y toda la familia. Nos alojamos en su casa. La idea era pasar un fin de semana compartiendo en el campo con ellos. El sábado 30 salimos al campo a conocer la chacra de la familia, pasamos un día agradable. Recuerdo que esa noche, durante la cena, no faltaron las historias de aparecidos y hazañas de cacería y pesca. Nada hacía presagiar el terremoto. La tertulia concluyó con el acuerdo de salir de cacería al día siguiente muy temprano. Eso hicimos, el 31 de mayo a las 5 a.m. salimos en busca de perdices y palomas. Para entonces, este era uno de los deportes favoritos de mi padre y nosotros, niños entusiastas de entre 9 y 12 años, íbamos de “capacheros” (ayudantes que recogen las piezas cazadas) de los mayores que eran quienes se encargaban de la faena.  Se obtuvieron algunas piezas y retornamos como a las 9 a.m. a la casa en el pueblo. A medio camino, paramos en la estancia de Don Hernán, donde su esposa ordeñaba sus vacas y nos hicieron tomar leche en una taza que recibió la leche directamente de las ubres.

Al llegar a la casa, luego del desayuno, descansamos un poco, mientras escuchábamos por la radio la transmisión del partido inaugural del Mundial de México 70, entre el anfitrión y la Unión Soviética. En ese interín, se dio una pequeña desavenencia entre mi madre y mi padre, propia de cualquier pareja. Ella, siempre previsora, decía: “Julio, hay que irnos ya, los chicos tienen que ir mañana al colegio”. Mi padre se había enfrascado en una animada charla, cervezas de por medio, con su compadre y ahijado, quienes nos decían “quédense, vamos a hacer una pachamanca, voy a beneficiar a mi chanchito que lo he engordado especialmente para su visita”. En ese contrapunto entre mis padres se alargó el tiempo y el potaje empezó a ser preparado ante cierta oposición de mi madre. Nos quedamos. Aproximadamente a las 2 p.m. empezó el almuerzo. Se había armado una mesa grande en el patio interior de la casa que tenía piso empedrado, una típica casa de pueblo rural de antaño. Nos sentamos todos allí, éramos algo de 15 personas, entre nosotros, papá, mamá y los cinco hermanos más la familia de ellos que era algo numerosa. Recuerdo que sirvieron una suculenta sopa mientras la charla se hacía cada vez más animada, evocando anécdotas y con algunos chistes de por medio.

Mi padre en la penosa tarea de fumigar cuerpos yertos luego del sismo.
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REFLEXIONES SOBRE EL TERREMOTO DE 1970: LOS DESAFÍOS EN TORNO A LA GESTIÓN DE RIESGOS DE DESASTRE

Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional Agraria la Molina. Maestría en Conservación de Productos Forestales en la misma Casa de Estudios. Ha realizado múltiples exposiciones fotográficas, pictóricas y además de documentales sobre la historia de Huaraz que ha presentado tanto en la ciudad de Huaraz, Lima y Zurich en Suiza. Miembro activo de la Sociedad Patriótica Sánchez Carrión – Luzuriaga y Mejía, dirige el Boletín Cultural de Ancash “Alpamayo”, miembro fundador de la Asociación Núcleo Cultural para América del Sur.

Sin duda, el terremoto del 31 de mayo de 1970 ha marcado la vida de todas las personas de mi generación de alguna manera u otra. Con motivo de las celebraciones de la conmemoración de los 50 años, estos días me ha tocado escuchar testimonios de muchos sobrevivientes y el discurso es semejante. El dolor por la pérdida de lo material y de muchos seres queridos es recurrente, así como la añoranza del pasado y las críticas a lo actual.

En cierta medida son razonables todas esas críticas con respecto a la nueva ciudad, ya sea por su fealdad, falta de carácter, inseguridad, caos vehicular, perros callejeros, pocas áreas verdes, mercados mal diseñados, centralización, y así podríamos nombras muchas más falencias. Sin embargo, también hay muchas cosas que destacar.

El sismo del 70 no nos privó de gran parte de nuestras tradiciones. Contrariamente, muchas están en vigencia y cada vez tienen más adherentes y son más pomposas. Los accesos a los servicios básicos, mejor para la mayoría. También tenemos una sociedad más democrática y horizontal, donde las capacidades personales priman antes que los apellidos, el origen o nivel económico.

Una característica que – en verdad – el sismo de 1970 se encargó de desaparecer, fue sin duda la arquitectura y conformación de calles y plazas de la antigua ciudad de Huaraz. Estructuras que venían desde sus orígenes como pueblo o “Reducción de Indios” allá por 1574, cuando el capitán Alonso de Santoyo, siguiendo las instrucciones del virrey Francisco de Toledo, recorrió muchas provincias del norte del entonces Virreinato del Perú, fundando pueblos de la manera prescrita y dictaminada desde la metrópoli peninsular.

A todo ello, corresponde la actual ubicación de la Plaza de Armas de Huaraz, su actual Catedral y algunas pocas calles. Sin embargo, la destrucción y desaparición causada por el terremoto de aquella infraestructura antigua solo fue el adelanto de un proceso que ya se había iniciado algunos años antes, no por un desastre natural, pero por la mano del hombre. Las evidencias fotográficas vienen a demostrar como a vista y paciencia de las autoridades y toda la población, en la misma Plaza de Armas aparecían nuevas edificaciones que nada tenían que ver con el entorno arquitectónico que la había caracterizado por siglos. Casas de dos, tres y hasta de cinco pisos (hotel Barcelona), carentes de techos, ventanas y puertas, sin ornamentación, ausencia de grandes zaguanes de ingreso y voladizos que rompían esa conformación tradicional de las antiguas fachadas donde las únicas estructuras que sobresalían eran los balcones.

Radio Huascarán en una de las esquinas de la Plaza de Armas de Huaraz. Nuevas construcciones rompían ya toda la fisonomía arquitectónica del entorno antes de 1970 (Sotomayor, década del 60).
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31 DE MAYO DE 1970: MEDIOS Y SOLIDARIDAD EN EL PERÚ

Doctor en historia por la Universidad Libre de Berlín (Alemania). Investigador y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, además de asesor en el Centro Regional de Sismología para América del Sur (CERESIS).

En la tarde del 31 de mayo de 1970, un mortífero fenómeno natural quedó inmortalizado en la memoria de todo un país. Un devastador terremoto que se produjo en el departamento de Ancash, dio lugar a la desaparición de la ciudad de Yungay, trajo la muerte a cerca de 70 mil personas y dejó casi un millón de damnificados en 22 provincias. La masiva tragedia que tuvo que afrontar el Perú fue algo sin precedentes en su historia; aun así, esta catástrofe representó mucho más que un evento para el ámbito local o nacional, en aquel momento se convirtió en un acontecimiento de orden global.

El año 1970 era para el Perú y el mundo un momento de importantes cambios, tanto en lo político como en lo económico, social, cultural y hasta tecnológico. Así, la Guerra Fría parecía entrar en un proceso de “distensión” entre las superpotencias del orbe, los EE.UU. y la Unión Soviética; aunque, aún se afrontaban terribles conflictos bélicos en África y Asia. Y, en el país, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, liderado por el general de división EP Juan Velasco Alvarado, había iniciado un proceso de radicales reformas que llevaban su curso.


Corresponsales de prensa cubriendo a Pat Nixon, junto a Consuelo de Velasco, en su visita a Huaraz (del archivo Richard Nixon Foundation)

Teniendo lugar ese contexto, la noticia del “cataclismo” en los Andes peruanos causó gran repercusión y recorrió por todo el planeta. Numerosos reportajes periodísticos circularon en prensa escrita, radio, cine y televisión, con imágenes impactantes de la devastación –más aún en la “TV”, que ya había alcanzado la señal cromática en varios países y que había logrado una vertiginosa expansión como el principal medio de comunicación-. Este interés conllevo a que numerosos corresponsales extranjeros y equipos de reporteros se trasladen hasta las zonas afectadas, sobre todo al Callejón de Huaylas, a fin de dar una mayor y más detallada cobertura. Este enorme despliegue permitió que, con una aguda precisión, fueran enviadas a las distintas redacciones y centrales de noticias, innumerables artículos y notas periodísticas que recogían testimonios desgarradores, junto amplios registros visuales de la ruina y destrucción total de las ciudades.

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Editorial invitado: LOS LÍMITES DE LA CATÁSTROFE

Investigador con estudios en sociología, geografía y gobernanza ambiental.

Actualmente cursa su doctorado en antropología en la Universidad de Humboldt de Berlín.

Desde el surgimiento de los estudios sobre riesgo y desastres ha habido una tendencia casi intrínseca de dotar eventos catastróficos de una temporalidad lineal, progresiva, con un comienzo y final identificables. El más común de los modelos, propuesto posiblemente por primera vez por Samuel Henry Prince en 1920[1], es ya conocido: un desastre se compone de una etapa inicial, o la fase preparatoria, una fase intermedia, que es cuando el evento gatillante de la catástrofe ocurre, y una etapa final, definido como período de readecuación y reajuste. Con una que otra modificación conceptual, este modelo ha sido aplicado y replicado por infinitud de estudios y políticas, articulando a la institucionalidad a cargo de estos temas en torno a lo previsible, lo reactivo y la readecuación.

Sin duda, esta forma de clasificación temporal ha traído grandes beneficios para la gestión de estos eventos, permitiendo el desarrollo de planes y políticas focalizadas en cada una de estas etapas. Pero ¿es realmente posible delimitar y demarcar los límites de un desastre? ¿Es factible establecer el momento en que un desastre comienza y acaba?

Incluso eventos tan disruptivos, como el terremoto de 1970, pueden ser comprendidos como procesos que no inician – ni terminan – con el comienzo y el fin del movimiento de placas; ni siquiera, luego de la reconstrucción, con el supuesto regreso a la “normalidad” (¿les suena similar la frase?). Primero, un desastre es parametrizable, es decir, existe en los parámetros que permiten visibilizarlo, aun cuando los criterios que convierten a un desastre en tal a veces no sean tan claros. La lista de factores incluye cantidad de fallecidos, daños infraestructurales, inversión comprometida, suelos afectados. En definitiva, algún valor que pueda ser cuantificable y medible para la posterior evaluación de las pérdidas. Las reacciones mediáticas al fatídico evento del 31 de mayo dan cuenta de ello. Lo que inicialmente fue comunicado como un “En Lima Causó Pánico: Terremoto en el Norte”2 por los titulares del Comercio el 1 de junio, fue sucedido por un “Catástrofe en la Zona Norte: Hay Más de Mil Muertos”3, para dar paso a un “30 Mil son Nuestros Muertos”4. Un escenario que, en palabras de un coronel del ejército estadounidense, “sólo lo había visto en Hiroshima, después de la explosión de la bomba atómica”5. Del mismo modo que el Estado requiere de dicha cuantificación para movilizar ayuda inmediata y estimar los costos de la emergencia, la sociedad en su conjunto necesita de tales números para saber a qué nos estamos enfrentando. Esta abstracción no es en ningún caso antojadiza, pero, como mencionábamos inicialmente, distan de gozar de criterios definidos. ¿Cuándo un evento extremo pasa a ser considerado un desastre? ¿Cuál es el número de muertos, de edificaciones perdidas, de cultivos destruidos para poder entrar en dicha categoría?

Titular del Comercio, 3 de junio de 1970
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COVID 19: Impacto en la economía peruana

Economista (Universidad Nacional de Trujillo). Posgrado Ciencias Políticas y Gobierno: Gestión Pública (Pontificia Universidad Católica del Perú). Especialista en Inversión Pública.

La pandemia mundial originada por el brote del nuevo coronavirus (covid-19) está generando impactos en las economías mundiales, inclusive de las potencias que cuentan con los sistemas de salud más avanzados como España y Alemania en Europa y EE.UU. y Canadá en América. Ni las más confiables proyecciones económicas en el último trimestre del 2019 advirtieron tal escenario, al punto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya informó que esta pandemia llevará a la peor recesión de la economía mundial, nunca antes vista, desde la Gran Depresión de 1929.  Wuhan (China) advertía al mundo el 31 de diciembre del 2019 sobre la presencia de una nueva cepa de coronavirus, durante celebraciones del año nuevo chino. A mediados de febrero de 2020, con el avance acelerado de los contagios y fallecimientos en Europa (Italia y España), los países de América Latina vieron al COVID-19 como un enemigo que llegaba para dar batalla al sistema de salud, económico y social.

En Perú, el 6 de marzo se reporta el primer caso positivo de Covid 19, dos días después, el presidente Martín Vizcarra suspende el inicio de año escolar a nivel nacional y el 15 de marzo declara el Estado de Emergencia Nacional por 15 días, que implicaba entre otras medidas el cierre de fronteras y restricción de derechos como libertad de reunión y de tránsito.

Con el incremento acelerado de casos de contagio a nivel mundial, al punto de multiplicarse por 13 en dos semanas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) concluye declarar al COVID-19 como pandemia. Evidentemente, la Emergencia Nacional en Perú, se extendió y con mayores restricciones. Lo que aún no es evidente, es por cuánto tiempo más será necesario el aislamiento social y las reales dimensiones de afectación en la economía de todas y todos los peruanos.

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La radio en tiempos del coronavirus: La radio de servicio, la radio con rostro humano.

Periodista

Docente – Escuela de Ciencias de la Comunicación (Universidad Nacional Federico Villarreal), Magíster en Políticas Sociales con Mención En Gerencia De Proyectos y Programas Sociales (Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo).

A raíz de la crisis sanitaria que se vive en el Perú y el mundo, en nuestro país, el Estado peruano determinó el aislamiento social hace 30 días, obligándonos al confinamiento en nuestras casas, mientras los docentes y estudiantes nos alistábamos para retornar a nuestros centros de labores sin siquiera presagiar lo que vendría más adelante: la suspensión de toda actividad, entre ellas, las labores escolares presenciales que ya algunas Instituciones Educativas privadas, inclusive habían empezado.

Y es cuando se apuesta por la tecnología, sí aquella esquiva para las grandes mayorías, especialmente para los excluidos y olvidados peruanos que apenas, muchos de ellos, cuentan solo con el tradicional aparato que conocemos y los acompaña en su diario caminar, la radio. Tener internet, en muchos hogares es un privilegio, más si falta para el pan, pero las autoridades gubernamentales determinaron que no se perderá el año escolar y por tanto llevarán sus materias a través de una computadora que requiere de internet y de servicio eléctrico. La otra posibilidad el televisor, y la tercera alternativa si se prescinde de las dos anteriores, la radio. Así miles de escolares iniciaron sus clases un lunes que nunca olvidarán. Hablar de la cobertura del internet en los hogares peruanos es complicado, lo que hace evidente las brechas del acceso al internet que es el muro que se asoma para limitar este tipo de enseñanza. ¿Qué es más importante para el poblador de nuestro Perú profundo? el servicio eléctrico, el internet y la computadora, o los ¡alimentos de pan llevar! La respuesta salta a la vista, como salta a la vista el desamparo de nuestros hermanos peruanos en los confines del país sin servicios básicos que por dignidad humana deberían tener.

A pesar de estas inequidades por la falta de presencia del Estado que atienda demandas de mejores condiciones de vida, aunque el coronavirus nos ha sorprendido, el sistema educativo tiene que caminar, no debe paralizarse y salvar el año cueste lo que cueste.  Por ello el gobierno a través del Ministerio de Educación (Minedu) ha establecido la estrategia “Aprendo en casa” medida con ciertas falencias a mi modo de ver, porque no todos los maestros están preparados y tampoco los alumnos, frente a tanto desánimo, igual se aprenderá en el camino.  Considero prioritario previa a la implementación la capacitación e inducción a los protagonistas. 

Con este sistema de educación, los hogares que tienen internet recibirán clases virtuales haciendo uso de diversas plataformas, otros, a través de la televisión y muchos quizá a través de la radio, gracias a que solo 335 emisoras retransmitirán las sesiones, a pesar que en el Perú existen 5528 estaciones radiales, de las cuales el 74% son comerciales, 25 % educativas y el 1.1 % comunitarias. Fuente: (Consejo Consultivo de Radio Y Televisión)

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Desaprender en tiempos de pandemia

Docente – Facultad de Ciencias Sociales, Educación y de la Comunicación (Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo), Magíster en Educación Bilingüe Intercultural (Universidad Nacional Mayor de San Marcos), Doctorado en Educación (Universidad Nacional de Trujillo).

Nuestra sociedad peruana está afrontando, desde el 06 de marzo del presente año, la pandemia del COVID-19 y desde el 15 de marzo, el aislamiento social, para evitar el contagio del virus que va diezmando a muchas naciones del mundo.

Según palabras del Dr. Elmer Huerta, médico ancashino muy reconocido a nivel mundial, “Nada será igual después de esta pandemia”. Precisamente nada, absolutamente nada, debe ser igual a los tiempos anteriores a la Pandemia del COVID- 19, porque esta crisis sanitaria se ha extendido a todos los continentes trayendo muerte, enfermedad, temores, angustias, incertidumbres, crisis en la salud mental y un sinfín de problemas y dificultades en la salud, la economía, la cultura, las costumbres, etc.

Todas las crisis, son y deben ser oportunidades de cambio; es decir, tiempos de transformaciones que permitan afrontar con fortaleza y con decisiones correctas y oportunas las consecuencias de la Pandemia. Entonces, debemos aprovechar esta oportunidad, que exige entre otras medidas, quedarse en casa (s.n) para comprender mejor los procesos del aprendizaje que exige el enfrentar la actual situación de crisis sanitaria en el Perú.

Precisamente por ello les invitamos a reflexionar conscientemente sobre lo que significará en nuestras vidas las crisis de esta dimensión. Hay una respuesta, posiblemente hoy no entendida, no reflexionada, y tal vez no considerada conscientemente para el futuro de la vida en sociedad. Nos referimos al proceso del DESAPRENDIZAJE.

La crisis sanitaria y sus consecuencias nos obligan a aprender y desaprender, a fortalecer nuestras buenas prácticas socioculturales, a recuperar antiguas prácticas colectivas de convivencia herencia de la cultura andina, a aprender nuevos aprendizajes, como por ejemplo incorporar, como parte de nuestra  indumentaria cotidiana, las mascarillas protectoras y cuando estemos en lugares de alta afluencia aprendamos a poner en práctica la distancia social como una nueva manera de interrelacionarnos en la vida social, como bien nos recuerda la ex ministra  Dra. Pilar Mazzetti, Jefa del Comando COVID-19. Asimismo, tenemos que aprender a desaprender varios saberes, actitudes y valores, acerca de las cuales seguiremos reflexionando en próximas publicaciones.

¿Qué debemos desaprender?

Nos urge desaprender varios aprendizajes manifestados en nuestras conductas, en las formas de pensar, de sentir, de creer y de valorar, incorporadas a nuestra personalidad mediante el proceso de socialización, cuando éramos niños, niñas, jóvenes, mediante la educación informal por los adultos, los amigos, la televisión, los grupos de pares, etc.

Anotaré lo que considero, en orden de importancia, lo que propongo desaprender:

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